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Diario La Nación – 29/10/2008

Arthur Honegger, recordado en San Isidro – Grata presentación de su oratorio El rey David

Oratorio Le Roi David (1923), para coro a ocho voces, recitante, solistas y orquesta, de Arthur Honegger (1892-1955). Grupo Coral Divertimento. Voces solistas: Rebeca Nomberto (soprano), Ricardo González Dorrego (tenor), Augusto Morales (recitante), María Rosa Chiaravallon (Pitonisa). Concertador musical: Néstor Zadoff. Ciclo Música Sacra 2008. Catedral de San Isidro.
Nuestra opinión: muy bueno, 4 estrellas.

La feliz circunstancia de escuchar el oratorio El r ey David, de Arthur Honegger que, con su propia dirección, se había ofrecido en el Teatro Colón de Buenos Aires en 1930, y con anterioridad, en el estreno argentino de 1925 en el teatro Politeama, con la batuta de Ernest Ansermet y Victoria Ocampo como recitante (no se tienen datos sobre si pudo haberse reeditado en otra oportunidad), se constituyó en un hecho artístico muy valioso, merecedor de ser reiterado en otras oportunidades. Por fortuna la versión ofrecida alcanzó muy buen nivel interpretativo, frente a un público atento y receptivo que colmó la Catedral de San Isidro.

Cabe destacar en primer término la excelente labor llevada a cabo por Néstor Zadoff a partir de la claridad, energía y precisión de su batuta, así como la segura afinación y amalgama de los diferentes sectores del coro. Al mismo tiempo fue muy positiva la labor del conjunto instrumental, entre cuyos integrantes se observó la presencia de algunos músicos de largas y brillantes carreras que sumaron una alta cuota de experiencia. También cantaron, aplomados y sin sobresaltos, la soprano Rebeca Nomberto, de muy buena condición vocal; el tenor Ricardo González Dorrego, sobrio y de voz bien emitida; María Rosa Chiaravelloti, de decir expresivo para la episódica Pitonisa, y un acertado Augusto Morales en la lectura de los textos dichos con clara dicción francesa y en perfecto estilo. Al conjunto de coreutas, acaso, les faltó una cuota de mayor justeza y amalgama.

Impresión

Sin embargo, mas allá de los aciertos interpretativos del elenco, el gran triunfo correspondió a Arthur Honegger, porque su obra, inicialmente concebida para ofrecerse al aire libre, reiteró la impresión que se supone debió a haber causado en 1921, motivo de su consagración. El logro de plasmar con sonidos un fresco de ricos matices, dinámicas y coloraciones. Por un lado con la rusticidad del pasado en la época en la que Jehová hablaba a su pueblo Israel por boca de sus profetas. Por otro, con las trasparencias encantadoras producto de una orquestación conformada por instrumentos a soplo, dos cuerdas (violonchelo y contrabajo), percusión y órgano. Así ocurrió con las fanfarrias de la «Entrada de Goliat» y la «Marcha del cortejo» en contraposición a los emotivos y delicados salmos, algunos de los cuales son ejemplos de inspiración y refinado gusto.

Un tramo realmente grandioso surgió en el final de la segunda parte cuando el coro que es el pueblo de Israel pide que la tierra y el mar se entremezclen y que los ríos aplaudan y que las montañas giman «¡Jehová, ven a nosotros!» Luego, el autor logra en la composición del último coral y el «Aleluya», un cierre de contenida emotividad generador de un aplausos espontáneos y sostenidos hasta que Néstor Zadoff tomó la partitura del podio e invitó a que todos dejaran el templo.

Juan Carlos Montero

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